martes, 1 de julio de 2008

El Proyecto Mesoamérica

El término acuñado por el etnólogo Paul Kirchhoff acaba de rebasar las fronteras de la academia y trasciende de las disciplinas humanísticas que estudian el pasado para convertirse en un adjetivo calificativo que comparten buena parte de México y Centroamérica con total vigencia y contemporaneidad: el Proyecto Mesoamérica.
Por extraño que parezca, éste título no es para un proyecto del Instituto Nacional de Antropología e Historia (INAH) o para el trabajo de algún departamento de arqueología de alguna universidad prestigiada europea o estadounidense; es el nombre corto (o comercial) de cómo se conocerá ahora al Plan Puebla Panamá promovido en su momento por el expresidente Vicente Fox y relanzado por el presidente Felipe Calderón con el apoyo de sus homólogos mesoamericanos.
Las bondades del otrora plan, ahora proyecto, siguen encausadas en el mismo sentido: la creación de una infraestructura de comunicación e industrial básica que integre la región a través de la creación de nuevos sistemas integrales eléctricos, carreteros e informáticos, entre otras importantes necesidades básicas de desarrollo en salud, alimentos y fertilizantes. Pero estas líneas no son para ahondar en el proyecto en si mismo como está planteado, sino en el cambio del nombre por si mismo, que es muy ilustrativo.
Cuando Vicente Fox propuso el Plan Puebla Panamá sin duda alguna se basó en un mapa, al ver que los estados más carentes de infraestructura del país son los que se encuentran al sureste mexicano, y que dicha situación se extiende a través de los territorios de nuestros vecinos centroamericanos. Según esto de Puebla a Panamá. Situación actual que es cierta (por cierto, con Chiapas en medio, en tiempos cuando el EZLN aún hacía ruido a nivel nacional e internacional). La fórmula es lógica: si éstas son las zonas con mayor retraso económico, se tiene que impulsar el desarrollo allí. Claro, mediante la inyección de capitales (nacionales, extranjeros o supranacionales); sin embargo, para lograr llevar la inversión a estos lugares inhóspitos solo tenemos un elemento, la mano de obra barata, y faltan elementos de infraestructura básica. Entonces, mediante un plan desde Puebla hasta Panamá, hay que crear esa infraestructura para poner la mesa a los no tan interesados inversionistas, a ver si así le entran al desarrollo de la región. Más apetitoso es el asunto cuando la misma creación de infraestructura es en si misma un nicho de mercado para la inversión de los capitales que lamentablemente, para ellos, se tiene acotada en los negocios más jugosos: petróleo y generación de electricidad; aunque les queda el carretero, entre otros. Pues bien, la medida es viable y tiene sus bondades para muchos sectores. Para el gobierno mexicano, al dar progreso a la zona más atrasada del país y contrarrestar el discurso del EZLN; para los gobiernos centroamericanos, al coordinar políticas públicas en marco de un desarrollo regional partiendo con la totalidad de independencia y soberanía para cada uno de ellos; y para la iniciativa privada, al dar un impulso a la exportación y las facilidades para la movilidad de sus capitales. Pues dicho así el plan está bien y suena bien.
El primer punto en contra de dicho plan fue su puesta en marcha, porque no era desde un escritorio como se podría desarrollar. El modelo económico planteado tenía que traducirse al diplomático para cabildear sus alcances y adecuaciones a los intereses de cada nación y estado. Cuando se cayó en cuenta de este hecho, se dio el golpe de timón y hasta Colombia le entró (cómo podía permitir que la influencia mexicana creciera en la zona sin su intervención, máxime que no nada más se hablaba de Centroamérica, sino también de Panamá, antigua provincia suya separada de su seno por influencia estadounidense para la creación del Canal). Pero cuando la diplomacia no va acompañada de recursos económicos se cae en la demagogia y allí parecía quedar el proyecto.
Bueno, pues ahora se trata de reactivar, y para ello se le cambia el nombre por el de Proyecto de Integración y Desarrollo de Mesoamérica para hacer marcada diferencia del plan anterior (aunque fuese lo mismo) y con ello reactivar su parte pragmática. Pero el tiempo ya pasó. Las cosas no son como hace ocho años cuando las ocurrencias de Fox eran gobierno y novedad. Ahora cada nación involucrada en el plan actúa con voz propia y se busca un nuevo término para la nueva denominación. Ya no es nada más con ver el mapa como habrá de llamarse a esta nueva etapa. El término de Centroamérica no cubre el alcance del proyecto, va más al noroeste de Guatemala y más al sureste de Costa Rica. Y sin darse cuenta están sentados pensando en un término que describa en esencia a la región por si mismo, tal y como lo hiciera en su momento Kirchhoff (aunque para un fin muy diferente). Así, de repente, caen sin querer con el de Mesoamérica. Sin embargo este término incluye por si mismo elementos que el anterior no tenía: Integración.- La búsqueda original de Kirchhoff fue precisamente una denominación que integrara los elementos culturales comunes que encontró desde la mitad de México hasta Costa Rica, caracterizada primeramente por su gente y en seguida por sus manifestaciones culturales, a pesar de sus diferencias locales. Situación que se cumple en la actualidad claramente entre las naciones centroamericanas y los estados del centro y sureste mexicanos.
Población.- Si bien un veracruzano o un chiapaneco o un nicaragüense son distintos entre si, tienen más lazos en común que los que tendrían con un sonorense o con un argentino, por mencionar extremos geográficos. Y lo mismo ocurrió en tiempos prehispánicos, los puntos en común entre un mexica y un maya parecieran pocos, pero resaltan elementos muy cercanos entre sí se les compara con un habitante de Paquimé u otro del imperio Inca.
Historia.- Igualmente las historias regionales en México o las nacionales en Centroamérica son particulares y únicas; pero tienen un mismo común denominador: comunidades indígenas que fueron dominadas por la corona española, influyéndolas culturalmente y dándoles más elementos en común, que cuando rompieron ese lazo se enfrentaron en constantes guerras fratricidas, que llevó a que el poder se detentara dentro de una oligarquía y/o burguesía mestiza proeuropea, dejando en la pobreza a los elementos indígenas originarios.
Y de repente dejamos de hablar de un problema de infraestructura y de inversión de capitales en la región y pasamos a hablar del trasfondo social mesoamericano de todas las épocas. El mismo que se quiere atajar desde el punto de vista original y razón de los gobiernos, pero que está constreñido a la inmovilidad de las personas en sus lugares de origen impidiendo su libre movilidad dentro de la región. Cosa ilógica dentro del mundo globalizado contemporáneo que fomenta la libre circulación de las personas, a pesar de que los gobiernos lo impidan. Por lo que la razón principal del proyecto se convierte, por el fenómeno de la migración, en un obstáculo y problema en si mismo de lo que quiere ser. Su talón de Aquiles.
El paso está dado. Dentro del nombre está la clave del éxito o del fracaso. Si se busca que el “Proyecto” funcione, tendrá que ser con la integración de las personas que conforman “Mesoamérica” en un libre tránsito de migrantes. Si se busca que “Mesoamérica” se integre, tendrá que ser con un “Proyecto” que crezca día con día en todos los ámbitos del interés de las sociedades de la región. O dicho de otro modo “Proyecto Mesoamérica” se tiene que leer como un adjetivo compuesto de las dos palabras, porque una sin la otra es el naufragio.
Tan se sabe lo anterior, que en la Declaración de Villahermosa, documento que da nuevo nombre al Plan Puebla Panama, firmado en Villahermosa, Tabasco, el 28 de junio por los presidentes de México, El Salvador, Costa Rica, Guatemala, Honduras, Nicaragua, Panamá y Colombia, así como por el primer ministro de Belice, se condenan las prácticas en contra de la migración, aunque no se habla de encaminarse a lo inevitable.