sábado, 20 de octubre de 2007

Condena de muerte

(Texto original del 11 de julio de 1996)

Entre el acordeón, las cajas de dulces y baratijas de “a peso” que no se vendieron en los carros del metro, una humilde familia mexicana camina a su hogar después de un pesado día de trabajo. Las ganancias del día ya se esfumaron en la cena de sobrevivencia y lo único que todos desean es dormir. Los niños haciendo gala de su imaginación, como es natural, avanzan pasos adelante de sus padres jugando, y los padres van sin mencionar palabra, pensativos de la rutina del próximo día.

La caminata a casa es interrumpida de repente por un hombre de mal aspecto. Los padres, a pesar de estar acostumbrados de ver mal vivientes en el rumbo de donde viven, los asusta este hombre.
--Este teporocho se ve sospechoso-- piensa la mujer, y antes de terminar de pensarlo éste, navaja en mano, les exige sus pertenencias.
--No traemos nada-- contesta el padre con voz cortada y nerviosa.
--Pinche buey, caite o báscula-- amenazando con la navaja.

Ofreciéndole las pocas pertenencias que cargaban imploran por su seguridad y la de los niños que regresan con sus padres, quienes en su inocencia se preguntan con quién se entretienen papá y mamá. Tras convencerse de que no traen dinero la rabia invade al agresor y vocifera
--Pinches jodidos de mierda-- jalando a la mujer hasta tirarla al suelo, desgarrándole el vestido
--Vas a ver lo que le hago a tu vieja--.

Todo se convierte en un coro de gritos, los niños asustados y llorando por su madre, la madre mal diciendo a su agresor y el hombre armándose de valor para defender a los suyos.
--Detente maldito mariguano-- alcanza a gemir el papá y se escucha la nota más alta, el grito desgarrador que deja todo en silencio.
--Esto te pasa por jodido-- dice entre dientes el ahora juez y verdugo de la familia, mientras se aleja guardando el arma--.

Y el infierno a penas comienza: la camisa del padre se tiñe de rojo con su propia sangre mientras ve a los suyos con las caras de terror que sabe que lo ven como se le va el último suspiro...

Después de una eternidad llega la policía a ver lo que ya pasó, mientras la madre y los niños lloran por el ser que les han arrebatado.
--Señor autoridad, agárrenlo y mátenlo-- grita la ahora viuda --maten a ese desgraciado, mátenlo.
--Pero jefecita , como lo vamos a matar si no existe en México la pena de muerte-- alcanza a decir uno de los policías a la desconsolada, tratando de apartarla del cadáver.
--¿Cómo demonios que no existe? Y lo que acaban de hacer con mi marido, ¿Qué es? Acaso no nos condenó por pobres--.

Brindo por que en México no se aplica la condena de muerte, ni a los traidores a la Patria.

Pero sobre todo, brindo por todos los inocentes condenados a muerte por la simple falta de defender lo que es suyo, su patrimonio, sus creencias, su integridad, sus ideales, sus sueños; frente al juez y verdugo que se les puso enfrente.

Salud.

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