sábado, 20 de octubre de 2007

La historia fuera de la comunidad de los historiadores

(Texto original del 14 de noviembre de 1996)
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En un café, en la oficina, en el pesero, con la familia, en bodas, en velorios, donde sea --sin olvidar los taxis--, hay un tema, que por una u otra razón siempre sale a flote en esta nación: la historia, nuestra historia, nuestras tradiciones, nuestros grandes triunfos, y con una mayor insistencia en los últimos tiempos, los grandes males (políticos y económicos principalmente). También en esta nación es donde existe un mayor número de historiadores con título (llámense licenciados, maestros o doctores) o en vías de obtenerlo. Desafortunadamente también es en México donde existe un gran problema con la historia, al igual que con toda Latinoamérica. La historia es un trauma en nuestra conciencia. Ejemplo de ello es que hace apenas cuatro años se celebró el quinto centenario del suceso colombino, y hoy en día no sabemos como verlo, si como un acontecimiento de fiesta o de velorio, si tenemos que gritar vivas o tenemos que lapidar la primera efigie de Colón que veamos para desahogar un poco este trauma, que Edmundo O´Gorman llamó "la paradoja dramática del alma criolla".

Todo nuestro ser de americanos está, pues, alimentado por aquel sentimiento que, claro, luce mejor cuando se expresa por el lado de rebeldía, de inconformidad y aun de sorda hostilidad contra lo europeo. Entonces notamos un vehemente deseo de independencia que fácilmente se convierte en bandera cultural y política y cuya mejor expresión se halla en la gran corriente indigenista que pugnando por mostrar lo que nos es original y propio, cae en el olvido de lo que también nos es original y propio: lo europeo. [1]

Pero lo español no es nuestro único punto que rechazamos y no le queremos poner la suficiente atención: también esta lo estadounidense. Ante el desprestigio de España en el siglo pasado y la búsqueda de algo nuevo, caímos en sus garras. España, su monarquía, su religión, su sistema, en fin, todo aquello que tuviera su fisonomía, por pequeño que fuese, era lo atrasado, lo malo, lo conservador. Lo parecido a lo estadounidense era lo moderno, lo republicano, lo in, lo liberal, lo que se debía emular. ¡Y vaya que se logró ! Lo triste del asunto es que al mismo tiempo, a Estados Unidos lo odiamos históricamente. Aun nos duelen las páginas del siglo pasado cuando por botín de guerra se adueñó de la Alta California, Nuevo México y Texas; y actualmente lo mal queremos por su intervencionismo político, militar y económico. ¡Como duele! Por lo menos a algunos.

Todo esto ahora lo sabemos, nos lastima y no lo hemos superado del todo, pero hemos avanzado en algo: por lo menos ya lo sabemos. Y aunque “nos duele” no podemos olvidar que tenemos que ir más allá, con la esperanza de que algún día dejará de hacerlo. Para esto necesitamos seguir el camino de la investigación teórica e historiográfica con el fin de aclararnos estos escollos. En el presente siglo tenemos trabajos ejemplares de este impulso: del mismo O´Gorman, de Gaos, entre otros, además de un sin número de humanistas que buscan el mismo objetivo: saber que somos, para qué somos y por qué somos.

Si se analiza un poco el problema de la falta de conciencia histórica del mexicano, nos encontramos con que en buena medida se debe a la falta del simple conocimiento de la historia, y parte de la culpa la tiene su misma enseñanza, se tienen “errores de conocimiento histórico, con omisiones y confusiones y en el mejor de los casos con el hacer de lado el interés y el compromiso de nuestra”[2] mexicanidad. Pero con tomar el compromiso de darle a cada hecho histórico sus palabras justas, sin exaltarlas, ni peyorizarlas, se puede encontrar la verdad que buscamos, por cruda que esta pueda parecernos, con la certeza que es nuestra conciencia histórica perdida.

Ahora bien, hasta este momento solo hemos hablado del papel de los historiadores en la historia. ¿Los historiadores somos los únicos seres que estudian la historia en México? ¡Por supuesto que no! Lo somos todos y cada uno de los mexicanos, e incluso extranjeros, que vivimos en la República mexicana. A veces pienso que esto se nos olvida y sólo nos interesa la divulgación de las nuevas teorías y demás resultados de las investigaciones propias de los historiadores, en un ambiente de historiadores. Historiografía para los historiadores. Historiadores para la historiografía. Claro, aquí incluyo a los demás intelectuales, en el mejor sentido de la palabra, llámense arqueólogos, sociólogos, latinoamericanistas, filósofos, politólogos, en fin, humanistas (o no), que tengan el suficiente nivel crítico y educativo para entender nuestra historiografía, siendo que el resto de la población, tal vez un 90%, sino es que más, solo tiene un nivel precario de educación primaria y secundaria, que apenas sería suficiente para entender cabalmente lo que la historiografía ofrece.

Al analizar un poco más afondo el cómo se adquiere el saber histórico encuentro dos formas opuestas del aprendizaje de la historia, el aprendizaje a través del saber científico-filosófico, y del saber cotidiano. El primero es donde nos encontramos nosotros, y en el otro el noventa y tantos por ciento de la población. A este saber cotidiano le encuentro unos focos de influencia decisiva en la formación histórica de los individuos: la escuela, la familia y los medios de difusión de cualquier tipo, ya sean escritos, por radio, televisión, cine o por los novedosos sistemas de computación (servicio de redes y de multimedia).

En la escuela el individuo, si fue aplicado, tendrá el ABC de la historia de México en la versión “oficial”, independientemente que la historia oficial sea buena o mala, objeto de discusión ajeno a esta ponencia. Fuera de la historia oficial no tendrá otros elementos de juicio para entenderse a sí mismo como individuo de una nación. Además, en el supuesto de que todos los historiadores estuviésemos de acuerdo con la historia que se enseña en las escuelas primarias y secundarias, de que nos sirve aprender hechos políticos, militares y episodios de la vida nacional que sólo nos enseñan las formas de gobierno y políticas de dichos gobiernos. Que sí Cortés contra Moctezuma y Cuauhtemoc, que los insurgentes contra los realistas, que los mexicanos contra los franceses o estadounidenses, Juárez vs Maximiliano... buenos vs malos. A esto se limita nuestra gloriosa historia patria que se aprende en la escuela. Que por cierto, en nuestro pasado reciente, tiene un vivo ejemplo de los buenos vs los malos. Algunos malos ya están en Almoloya y los buenos, que quién sabe quienes sean, pronto, muy pronto, nos quitarán de las garras de los villanos.

La familia, la piedra angular de nuestra sociedad, agregándole a ella a la comunidad y a la sociedad en general, es otro foco decisivo del aprendizaje de la historia de nuestro país. ¿Cuantas veces no hemos escuchado las versiones de padres, tíos, amigos, compañeros, etc. diciéndonos la verdadera historia de un suceso determinado, por qué la conocieron de buena e invaluable fuente? ¡Ya quisiera el presidente de la República fuentes de ese calibre! A veces no van más allá esas fuentes de algún taxista que confiesa los verdad neta de algún suceso, que le llegó a sus manos por el intercambio de información con algún otro cliente. También está la mentalidad que se hereda en el seno de la familia, envuelta por delimitantes como la clase social y el nivel de vida, la cultura y educación propia inter-familiar, los usos y costumbres, la religión que se practique, entre tantos otros elementos que conforman el contexto propio de la familia. Aquí es donde se aprecian manifestaciones inconscientes que se han ido formando desde tiempos muy remotos, pueden ser manifestaciones propias de los pueblos indígenas prehispánicos, con sus respectivas evoluciones a lo largo de quinientos años, que hoy envuelven sectores amplios de la sociedad mexicana; también existen manifestaciones peninsulares (españolas, moras, etc.) anteriores a la conquista, y por supuesto en una mayor parte manifestaciones producto del mestizaje indígena-español, con sus respectivas transculturaciones con elementos como nuestros vecinos del norte y otras naciones del mundo. ¿Cómo estas manifestaciones y contextos pueden vivir en paz, sí el origen de una manifestación es indígena, otra es española y otra más estadounidense, siendo que lo indígena, lo español, y lo estadounidense está peleado entre sí? ¿Dónde se toma conciencia de estas manifestaciones ?

Los medios de difusión, por su parte, tienen dos vertientes, una en pro y otra en contra de la correcta búsqueda de la solución a nuestros problemas, aunque el pro y el contra sean hechos con la mejor de las intensiones de salir del atolladero, así como hay pros y contras que solo buscan el beneficio lucrativo con el mayor cinismo.

Un error de los historiadores y de los intelectuales en general es que sólo se busca encontrar la respuesta sin ponerla en práctica, esto es, proponer y proponer, y todas las propuestas se quedan dentro de la comunidad de la historia. ¿Queremos solucionar algo con trabajos históricos que se escriben para ser leídos solo por la misma comunidad de historiadores, o de intelectuales ? Cuando, como ya mencione, la mayor parte de la población, tiene tremendas lagunas de la historia de México y en sí de su conciencia histórica. Sólo produciendo trabajos con un enfoque más sencillo y sintético podrá llegar a las consciencias de todos y cada uno de los mexicanos ese “algo” necesario que nos a de reconciliar con nuestro pasado, y con ello, con nuestro presente . No podemos darle a cualquier persona libros de historiografía hechos para una comunidad específica, esperando que encuentren el hilo negro para comprender su ser histórico. De hecho, leyéndolos no encontrarían la verdad de los escollos que buscamos aclarar, sino más dudas que incluso pueden llegar a confundir aun más, lo que se busca aclarar. Por eso tenemos también como tarea dentro de las múltiples actividades del historiador, el producir obras útiles para las personas que no son historiadores y que lleguen a un efecto positivo, que al menos no creen más discrepancias que se tienen en nuestro propio ser.


[1] O´Gorman, Edmundo, La idea del descubrimiento de América, historia de esa interpretación y crítica de sus fundamentos, México, Centro de Estudios Filosóficos, p. 11.
[2] Ruiz Gaytán, Beatriz, Latinoamérica. Variaciones sobre un mismo tema, México, Universidad Nacional Autónomo de México / Centro Coordinador y Difusor de Estudios Latinoamericanos, 1992, (500 años después, 13), p. 111.

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